martes, 30 de junio de 2009

El misterio de la ballena azul VIII

De pronto, todo se tornó oscuro por unos minutos hasta que percibí una voz familiar. Mí alrededor se iluminaba. “¿Estás bien?” –se escuchó la voz, no lograba enfocar la vista del todo bien, aún así, comencé a levantarme de donde me encontraba. “¿Dónde estoy?” –pregunté con confusión, mientras me tallaba los ojos. “En tu casa tontito. ¿Bebiste anoche?, no te ves muy bien.” –contestó la voz, mientras alzaba la vista para saber de quién se trataba. Era Elizabeth, mi amiga veterinaria. Abrí los ojos de forma sorprendida, al mismo tiempo que miraba los alrededores. Era el patio de mi casa. “¿Qué ha sucedido?” –cuestioné de inmediato, moviéndome de un lugar a otro. “Es lo que me gustaría saber. Llevo tocando el timbre una hora, y como vi que la puerta del patio estaba abierta entré hasta que te encontré en el suelo.” –explicaba mi amiga preocupada. “Esto ha sido tan extraño…. ¡La ballena!” –exclamé con inquietud, al tiempo que entraba en mi casa para dirigirme claramente al cuarto de baño. La ballena no estaba. Tenía la esperanza de encontrarla, pero había sido en vano. A los pocos segundos, se me unió mi amiga, preguntándome que sucedía. “Aquí la tenía Elizabeth. A la ballena que te conté. Y ahora ha desaparecido.” –contesté con tristeza. “¿No crees que exista la posibilidad de que hayan entrado a robar a tu casa?” –comentó Elizabeth con cautela. “Tal vez tengas razón. En la noche de ayer se fueron las luces, pero… recuerdo que vine al patio y miré a la ballena sangrando en el suelo.” –agregué con desconcierto. No había rastros de sangre en el patio. “Quizá limpiaron todo y se la llevaron así. O quizá…. simplemente lo soñaste.” –decía mi amiga. No daba crédito a todo aquello que expresaban sus labios. “¿A qué te refieres Elizabeth?, ¿crees que todo esto ha sido un sueño?” –contesté molesto, mientras la miraba con incredulidad. Elizabeth quedó en silencio por unos momentos, para después pronunciar: “No es que haya sido un sueño por completo. Solo que, es difícil de creer que te hayas encontrado una ballena con la descripción que me dijiste ayer en la noche, sobre todo en tales circunstancias. Debes saber que es una criatura de mar que ha sido buscada por miles de científicos, durante largos años de investigación. No es una ballena cualquiera. Cuenta una leyenda que dice que el que vea directamente sus ojos, se convertirá al instante en un grillo, llorando por su infortunio el resto de su existencia. Yo no veo que te hayas vuelto en grillo, a menos que…” –manifestó Elizabeth confundida y nerviosa. Jamás había percibido ese nerviosismo en ella. Sentía que algo me ocultaba. “Elizabeth…mírame” –profesé en un suspiro, mientras que mi mano derecha hacia un movimiento en espiral. Estaba hipnotizándola. Cuando de repente, sentí un golpe en la cabeza. Todo se tornó oscuro nuevamente.

lunes, 29 de junio de 2009

El misterio de la ballena azul VII

Detuve la marcha de aquel grillo, preguntándole por el origen de la canción que tocaba. A lo que me contestó: “Joven Ludwig, el origen de esta balada es un enigma. Se dice que la letra fue compuesta por una deidad inferior a Venus, sin embargo un duende del bosque de Tannhäuser, fue quien compuso la música, originariamente para flauta, para años más tarde, el célebre Celles de Rühanor, le diera vida en su piano y de ahí se esparciera por el mundo. Existe otra versión, que apunta a la misma Venus como autora de la balada, convertida en una principesa llamada Alukandra. Aún sigue siendo un misterio.” Miré las antenas del grillo, parecían jugar con un pequeño pedazo de algodón, pero después observé que lo depositaban en la boca del grillo una vez relatado todo aquello. Estaba comiendo. De pronto, comenzaron a caer gotas de sal sobre el bosque mágico. El cielo, que era en realidad el suelo, comenzó a tornarse blanco. Los animales acudían a sus casas, el grillo me dio posada en la suya. Al principio pensé que no cabría por el pequeño orificio que yacía sobre la tierra. Después de que el grillo pronunciara unas palabras en un idioma que yo desconocía, mi cuerpo se hizo de su tamaño, entrando perfectamente por el agujero. Una vez dentro de aquel hogar, la criatura me ofreció una taza de té y galletas de avellana. Esta vez, lo miraba enorme, percatándome de tal forma de un brazalete sobre su pata izquierda con la insignia de una rosa, donde se leía en color escarlata: “El amor es la esencia de la vida”. Me contuve por unos momentos, aquella frase resonaba con tanta vehemencia en mi mente haciendo que mi corazón latiera con potencia. El grillo percibió mis latidos. Sus labios pronunciaron la frase, para luego incorporar una reflexión: “El amor, es el regalo más preciado que nos han brindado los dioses, el que no sabe amar, no sirve para existir, en cambio, el que ama con tanta intensidad, prevalecerá por toda la eternidad. Amar es libertad.” Quedé atónito ante semejante reflexión por unos instantes, más sin embargo reaccioné expresando la sensación que me producía. “Que bella cavilación, y aún más viniendo de una criatura como vos. Perdona, mi intromisión, pero ¿estáis enamorado?”. El grillo soltó un leve suspiro, para luego decir: “Siempre lo he estado, joven Ludwig… al igual que usted”. Lancé una mirada de extrañeza hacia la criatura, mientras daba un sorbo al té y segundos después comentar: “Tengo el presentimiento de que me ha estado confundiendo todo este tiempo con otra persona. Mi nombre no es Ludwig.” El grillo me miró con ternura, mientras me mostraba el retrato de una mujer, ignorando mi comentario. “Ella es Caroline, hija de un herrero al norte del bosque. Cada noche la visito, llevándole serenata a su ventana. A veces me abre, otras tantas no. Es una prostituta. Más sin embargo respeto su oficio, ya que los hombres le proporcionan a ella, lo que yo jamás podré ofrecerle.” No podía creer lo que me comentaba. Enamorarse de una humana con tal oficio parecía difícil de asimilar, no obstante, su historia me intrigaba. “¿Y ella sabe que la ama?” –pregunté con interés, mientras daba otro sorbo al té. “Siempre ha tenido el conocimiento de ello.” –contestó con voz suave y melancólica. No era la respuesta que esperaba. Estaba confundido. “¿Por qué amar a alguien que no nos corresponde y no podemos estar?, ¿no es eso un suplicio?” –continué cuestionándolo, sin comprender sus declaraciones de amor del todo, aunque sabía que existían cosas imposibles. “No lo es. Sería un suplicio si estuviera buscando por todos los rincones del universo a esa persona especial y haber muerto sin tener éxito alguno. Soy feliz con esto. Puedo morir en paz, porque sé que ella es mi otra mitad, al igual que ella sabe que yo soy la suya. Y juntos formamos un todo.” –contestó sobresaltado el grillo, al tiempo que acurrucaba el retrato entre sus brazos. “Vaya manera de amar”, pensaba en mis adentros, al tiempo que preguntaba: “¿Y cómo tener el conocimiento de aquello, mi buen amigo?, ¿acaso cuando observamos a las personas sabremos de inmediato si es nuestra otra mitad o no?”. El grillo dio un ligero salto, depositando el retrato en una mesa de barro que había ahí, para después dirigirse hacia donde me encontraba. Me toco el hombro con una de sus patas y mirándome profundamente me dijo: “Todo está en los ojos, joven Ludwig. Y más que yo, usted ha de saberlo, ¿no es usted un mago?” Quedé atónito ante sus palabras. Cuando en eso se me vino a la memoria los extraños ojos agua marina de la ballena azul. Infiltrándose posteriormente, la imagen de la criatura de mar yaciendo en el suelo de mi patio, cubierta de sangre. “¿Habrá fallecido?”, pensaba en mi interior, añadiendo casi al instante: “¿Acaso el muerto no seré yo?”

domingo, 28 de junio de 2009

El misterio de la ballena azul VI

Busqué por todos lados, la cocina, mi habitación, el cuarto de baño y nada. Me preguntaba cómo es que habría desaparecido, sin dejar rastro alguno. El tiempo seguía su curso, cuatro cuarenta de la mañana, y la electricidad sin regresar. Tenía que esperarme un par de horas más para dar aviso a la comisión federal de electricidad, sin embargo eso no era lo que me preocupaba del todo, sino la criatura de mar. Seguía buscando a mis alrededores, debajo de mi cama, en cajones y compuertas, sin éxito alguno. Me senté de nuevo en aquel sillón antiguo, colocando la vela en una mesita de madera cercana, envolviéndome en un silencio profundo, mientras que mi semblante se tornaba triste y angustiado. Cerré los ojos por un momento suspirando, cuando de pronto los abrí inesperadamente, gritando en mi cabeza: “¡El patio!”. Me levanté del sillón de forma apresurada, corriendo hacia el patio trasero de mi casa en busca de la ballena azul. Había olvidado la vela en la mesa, por lo que hice aparecer esta vez una linterna de mi sombrero. Una vez abierto la puerta, dirigí mis pasos hacia el exterior, guiándome por la luz de la linterna hasta encontrarme con algo terrible: La ballena yacía sobre el suelo cubierta de sangre. Sentía que mi corazón quedaba paralizado. No podía dar crédito a lo que observaba. La tomé entre mis brazos, su corazón no palpitaba. Un gran llanto comenzó a esparcirse por todo mi ser. Cuando en eso empecé a escuchar un extraño sonido alrededor, desconociendo su lugar de procedencia. Al principio pareciera como el silbido de un grillo sobre la lejanía, para luego convertirse en una triste balada, la misma que había escuchado en sueños alguna vez. Mis párpados se cerraron, dejándose llevar por aquella melodía, para minutos después, despertar en un bosque mágico rodeado de árboles gigantes que hablaban en un idioma extraño y conejos saltarines vestidos con sacos y sombreros de copa. El cielo era mar, y el mar era el cielo. Pareciendo que en vez de caminar, estuviera flotando. Era muy extraño todo aquello. De repente, una voz masculina me habló diciéndome: “Joven Ludwig, ¿qué hace aquí?”. Giré mi cabeza, observando a un grillo que tocaba el violín. “¿Me dice a mí?” –pregunté desconcertado, pensando además en la canción que hacía unos minutos escuchaba en el patio de mi casa. “Así es joven. Ha pasado tanto tiempo sin verlo. Apenas y lo reconozco.” –el grillo contestó mirándome un poco confundido. No sabía qué decirle, puesto que no lograba recordarlo, creyendo tal vez que me estuviera confundiendo con alguien más, cuando en eso me acorde de la ballena. “Oh vaya, disculpad mi corta memoria mi buen amigo… ¿habéis visto una ballena azul?” –pregunté interesado, disculpándome con cortesía. “¿Una ballena?, en este bosque no existen cosas similares… Sí que es extraño joven Ludwig, recuerdo una ocasión en que llegó a estos lares preguntando por un pato, y esta vez por una ballena.” –comentó el grillo extrañado por mi comportamiento. Yo no recordaba haber estado en un lugar como ese con anterioridad y mucho menos daba alusión a lo del pato, sin lugar a dudas pensaba que me estaba confundiendo con otra persona. Sí, había estado en un bosque, pero era muy distinto a ese. Me reí por un momento, todo me parecía tan repentino y extraordinario. Y lo peor de todo, es que ahora resultaba que la ballena había desaparecido y no se encontraba en ese lugar. “Joven Ludwig, le deseo suerte en su búsqueda. Debo marcharme.” –expresó el grillo, al tiempo que tomaba su violín y se disponía a tocar, partiendo del lugar. En cambio yo me quedaba quieto como las piedras en aquel suelo celeste y me percataba de que era la misma melodía que oí antes de llegar al bosque mágico. Y lo más sorprendente es que recordaba su nombre: La balada de Venus.

jueves, 25 de junio de 2009

El misterio de la ballena azul V

Llegué a mi casa, eran quince para las siete de la tarde. Coloqué la ballena en la bañera, ya que tenía que estar cuanto antes en el agua, de lo contrario moriría. Al parecer ya estaba mejor, la herida estaba sanando. La dejé descansar unos momentos, mientras me disponía a preparar la cena: Filete de pescado en salsa de anguila y sushi de camarón. Antes de ello, hablé a una tienda para comprar una alberca para niños, pues la ballena cabía perfectamente ahí. Me la traerían a la mañana siguiente. Una vez preparada la cena, acudí a la bañera para dar alimento a aquella bella criatura del mar. “Buenas noches. Espero que te guste lo que preparé.” –le comentaba, al tiempo que dejaba una pequeña bandeja con la comida y la acercaba hacia ella. La ballena me miró con ternura y comenzó a comer, parecía que no había comido en días, por lo que le traje un poco más de sushi. Aunque no se veía enferma, temía que lo estuviera, razón por la cual hablé por teléfono con una vieja amiga que era veterinaria, concertando una cita para que viniera y le diera una revisión. La ballena terminó de comer y se dispuso a dormir, mientras yo le apagaba las luces del cuarto de baño y me retiraba hacia mi habitación. Dejé la regadera del agua abierta. Una vez entrado a mi recámara, me quité mi sombrero y las botas, dejándolos a un lado de la cama. Tomé un libro al azar de mi librero, para luego sentarme sobre el viejo sillón color café. El título del libro que relucía en letras blancas era “Momo o la extraña historia de los ladrones de tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres”. El corazón se me agitó por unos momentos, recordando la historia de aquella fabulosa novela. Era agradable estar sintiendo de nuevo aquello. No paraba de leer. El reloj que estaba sobre la pared marcaba las tres de la mañana, cuando de pronto las luces se apagaron inusitadamente. Cerré el libro y acercándome con cautela hacia la cama, tomé mi sombrero, haciendo aparecer de él una vela, para después acudir a la ventana de mi habitación. Todo parecía normal, era la única persona que me había quedado sin luz, lo cual me parecía muy extraño. Caminé dando vueltas, sin explicación alguna, hasta que llegué al cuarto de baño. La ballena había desaparecido.

miércoles, 24 de junio de 2009

El misterio de la ballena azul IV

Desde hace un tiempo que no recurría a las vagas memorias que tengo sobre mi existencia. Por un momento pensé que no recordaría aquél aroma dulce del pastel de mi madre, o la sensación que me producía el lugar donde viví algún período. Miré de nuevo la ballena, sentía que esos ojos los había visto alguna vez, quizá en alguna remota galaxia o planeta, y no era precisamente en sueños. Estaba confundido, por unos instantes tenía recuerdos de cómo es que había llegado a mí aquél hermoso cetáceo. Era un día de primavera. El sol resplandecía de manera fantástica. Yo efectuaba un pequeño espectáculo de magia en un parque circunvecino a un lago. A mi alrededor había tanto niños como adultos, cuando de pronto, no muy lejos de allí, logré percibir lo que pareciera una criatura de mar, al principio pensé que se trataba de un delfín realizando acrobacias sobre aquél lago, pero no fue así, estaba huyendo de dos zopilotes que la mordían lanzándole picotazos. La pobre ballena, traía una enorme herida, justo debajo de su aleta izquierda. No dude ni un segundo, me lance a su rescate tan rápido como pude. Con mi báculo plateado arrojé una llamarada luminosa hacia aquellos animales malvados, los cuales quedaron atolondrados por un par de minutos, para después huir espantados. Tomé a la ballena, no era una como cualquiera, su tamaño era como el de un niño de seis años, sus ojos, de un intenso color agua marina. Su piel era azulada. Me daba una extraña impresión. Por fortuna nos encontrábamos en el lago, donde me quité mi sombrero, y de él hice aparecer un botiquín de primeros auxilios, para luego curar su herida. Un tumulto de gente comenzaba a acercarse, pensando que estaba realizando un extraordinario acto de magia. Coloqué de nuevo mi sombrero sobre mi cabeza, y desprendiendo de mis manos confeti, desaparecí junto con la ballena en un parpadeo. La gente aplaudió.

lunes, 22 de junio de 2009

El misterio de la ballena azul III

Mis ojos se cerraron, haciendo que mi alma viajará unos momentos por un bosque de ensueño. La melodía de la ballena se había convertido en la voz de una hermosa doncella que danzaba sigilosamente por aquel espléndido paisaje. El perfume que emanaba era tan dulce como la miel, sus ojos verdes, como dos luceros que iluminaban el lugar y las palabras que emitía llenas de sentimiento, se insertaban directo a mi corazón, como si exclusivamente estuvieran dirigidas a mí. Era una cálida canción de esperanza y amor:

…Deliver me, out of my sadness.
Deliver me, from all of the madness.
Deliver me, courage to guide me.
Deliver me, strength from inside me.
All of my life I've been in hiding.
Wishing there was someone just like you.
Now that you're here, now that I've found you,
I know that you're the one to pull me through.
Deliver me, loving and caring.
Deliver me, giving and sharing.
Deliver me, the cross that I'm bearing….

De repente mis ojos se abrieron, contemplando de inmediato a la ballena azul. Sus ojos se tornaron tristes y logré percibir como se desprendía una gota lagrimal de uno de ellos. Mi corazón se encogía como del tamaño de un cacahuate. Quede petrificado. Aquella canción iba dirigida a mí, sin lugar a dudas, pero ¿quién era ella?, ¿quién era yo?, ni siquiera podía recordar mi nombre por completo. Mi vida había trascendido hasta este punto, de manera un tanto ambigua. Tengo vagas memorias de mi infancia: Eran mediados del mes de junio. Recuerdo el olor de un rico pastel de malvavisco que había hecho mi madre, al menos tenía la sensación de que era ella. A mi alrededor había doncellas y caballeros por doquier, vestidos con unas túnicas color azafrán. Yo, un niño con escasos seis años, traía una color plateado y unas pequeñas botas blancas. El paisaje que podía vislumbrar era encantadoramente fantástico, la luna podía percibirse a tan solo unos metros, como si estuviera reposando en un magnífico lago, junto a una montaña dorada. El cielo azulado, era otro espectáculo más, junto a los resplandecientes arcoíris y nubes que ahí se divisaban. De ahí en demás, no lograba recordar nada, excepto los gritos desesperados de mis padres por salvarme, mandándome en un asteroide camino al planeta Gaia, mi actual hogar. Sin embargo, no tengo mucho tiempo de vivir ahí, antes de ello, habitaba en el centro de Delfos, en la luna de Mör, sobre una lejana galaxia llamada Kallas. Luego de ahí, me mudé a Loubrid, muy cerca de la ciudad de Jinzen, justo al norte de la luna Mör, donde conocí al mago Joseph Syrac Dafoe, volviéndome su aprendiz.